Una leyenda para cerrar el mes patrio y recordar lo fuerte que siempre ha sido nuestro país, desde su génesis hasta el tiempo actual... y ¡vaya que lo ha sido ultimamente!
De la fantasía al México Real...
Por el año 1269 D.C una tribu
conocida como los mexicas, habían vagado de generación en generación, siempre
hacia el sur guiados por su sacerdote astrólogo Tenoch, e inspirados por su Dios
mago Huitzilopochtli. Habían llegado al valle de la Anáhuac, para fundar la
ciudad prometida, que era digna de realizar el primer sacrificio. Entre la
música y los danzantes, una mujer hermosa
de tez bronceada, con el códice del Dios de la guerra entre sus manos y
con una luz de valentía en sus ojos, dio el primer paso para entregarse a su
Dios. Justo después de arrancarle el corazón, una lengua de fuego surcó el
cielo hacia el poniente, la tierra se estremeció y una fina lluvia de ceniza
cubrió el valle, ya desde ese momento su sangre quedaría marcada con un sello
de valentía que la llevaría a cumplir una gran profecía...
Tiempo después, en la que se
hacía llamar la Nueva España, tras años de esclavitud, injusticia, saqueo de oro y plata que desde
un principio fue la atracción y la avaricia de los conquistadores, la semilla
de la libertad y rebeldía empezaba a florecer. Llegó el momento en que el
pueblo, víctima de aquella agonía, sintió la necesidad de ofrecerle a esta
América nuestra, gritos de gloria y libertad.
Autor: Ana Paola Camacho |
Fue así como el pueblo se
levantó en armas dando inicio a la
guerra de independencia. En los
fragorosos combates, se encontraba una monja que empuñaba el fusil
y arengaba a los improvisados soldados, cuya mirada reflejaba un gran amor a
los suyos, los indígenas, a quienes no
les hablaba de resignación, sino del desafío de que su raza no estaba hecha
para la esclavitud sino para el heroísmo y el triunfo.
Victorias y derrotas fueron
sucediendo y la presencia de aquella monja era incondicional, la fueron
conociendo como “el alma de la independencia” brindándoles agua a los
sedientos, curándolos no solo de las heridas sino también del alma, mencionando
que la sangre derramada es la fuerza que los llevará a conquistar su libertad.
Tras
once años, la victoria final llegó, el júbilo llenaba el corazón de las tropas
independentistas, los explotadores de siempre vieron con espanto la expansión
del liberalismo como una ola que destruía sus privilegios ¡México era libre! La
nación había tomado el nombre de la capital: México.
Autor: Ana Paola Camacho |
Al mismo tiempo, la última bala de guerra apagó la vida de la monja combatiente. Fue en ese momento, tal y como sucedió 300 años atrás, una estela de fuego surcó el cielo hacia el poniente, la tierra cimbró y una fina lluvia de ceniza cubrió de nuevo el valle, a lo lejos entre los dos volcanes, con nubes iluminadas por el sol, que parecían lagos de aguas brillantes, se distinguió la silueta de una doncella azteca de bronceadas mejillas y con una sonrisa de gran satisfacción, que sostenía en una mano el códice de Huitzilopochtli y en la otra, un hábito de monja. Se elevó lentamente hacia el infinito para reunirse con sus gloriosos antepasados, se había cumplido así el más grande sueño de la gran Tenochtitlán, forjar una gran nación fuerte e independiente.